lunes, 22 de agosto de 2011

Fuera y dentro del Pais innombrable


Malena
Ni a irse ni a quedarse, a resistir, aunque es seguro que habrá más penas y olvido.

Juan Gelman

Cuando ella decidió quedarse en el país peligroso, lo hizo contra su propia voluntad. Un día antes que la sacaran como una delincuente del lugar donde trabajaba y delante de los niños que recibían clases de guitarra, había ido al cine más cercano a ver una película francesa. Era la tercera vez que lo hacía y en un horario que trasgredía la leyes impuestas por el gobierno de su País innombrable. No me pasará nada, no hay nada de malo en ir al cine, le dijo a su compañera de habitación cuando ésta le advirtió sobre las medidas que tomaría el jefe de comando si llegase a descubrirla alterando el orden.

Ella que de ahora en adelante llamaré Alejandra, tenía un corazón caribeño y universal. Había crecido en medio de artistas que le enseñaron a cruzar las fronteras sólo con la imaginación y aprendió de algún escritor que la muerte no llega precisamente con la vejez sino con el olvido. En sus 25 años de vida nunca había salido del país innombrable. No por falta de dinero ni de ganas sino más bien de suerte. El gobierno de ese país en la búsqueda de resguardar su soberanía mantenía un rígido control entre los ciudadanos. Así que viajar al exterior se convirtió en un privilegio que solo algunos podían ostentar.

La tarde en que una comisión de funcionarios públicos se trasladó hasta su casa, ubicada en un pequeño barrio cercano al mar, para informarle que había sido elegida como militante de una “misión importantísima” en el país peligroso, Alejandra estaba cantando en el bar de la esquina la canción El necio de Silvio Rodríguez.

No estoy interesada, le respondió al informante. Tengo otros planes para mi vida. La tropa dio media vuelta y se retiró en silencio. Ella dio media vuelta y volvió a subir a la tarima. Tres días después Alejandra estaba abordando el avión con destino al País Peligroso.

Mientras escapaba del edificio donde habían realizado su juicio, el mismo donde se hospedaban sus verdugos, tuvo la sensación de estar a punto de perderlo todo. Sin embargo tomó el ascensor con destino al séptimo piso para ratificar que se dirigía a la habitación de la única persona que solicitó ver para despedirse: Antonio, otro juglar quien años atrás había descubierto junto a ella las multiplicidades del amor.

Con el fin de asegurarse que no escaparía a ningún lado, el guardián de turno la puso a cargo de su hombre más fuerte. Síguela y no la pierdas de vista ni un solo momento. La advertencia fue clara pero el súbdito jamás la vio salir de la habitación porque había perdido todo contacto con la realidad viendo un partido de la Liga Italiana de Fútbol, en un televisor ubicado al final del pasillo. Cuando reaccionó, ella ya estaba saliendo del edificio y subiendo a un taxi sin saber a dónde ir.

La noticia de la deserción llegó de inmediato a su natal aldea. A su madre le informaron que se había escapado para trabajar con una familia de narcotraficantes colombianos. Asunto que años más tarde la acusada refutó alegando que para aquella época sólo había coincidido con un periodista colombiano que en el afán de enseñarle su cultura, la invitó a su casa para hablarle de la historia del vallenato y que ella en un gesto de agradecimiento le interpretó en la celebración de su cumpleaños número veintidós, tres canciones de este género: Matilde Lina, La hamaca grande y El Cantor de Fonseca.

A sus compañeros le dijeron que la condena impuesta a la joven se debía al abuso sexual cometido sobre uno de sus pequeños alumnos, mientras la mitad de los vecinos rumoraban de un supuesto escape con un amante millonario y la otra, de un trabajo clandestino y de poca reputación para una mujer promesa del país innombrable. En fin se decía una cosa y la otra. Los periódicos y la televisión afirmaron que ella ya estaba en la capital del País Enemigo. Traición a la patria, Diversionismo ideológico, No siempre el hijo pródigo regresa a casa, fueron los titulares más ocurrentes.

Era un hotel pequeño y oscuro donde Alejandra se escondió, gastando el poco dinero que llevaba consigo. La única ropa con la que contaba era la que llevaba puesta. La primera noche de su huida, se fumó completa la caja de cigarro que alguien le regaló poco antes de saber el precio de su error. Debe regresar al país innombrable hoy mismo a las 5:45 de la tarde. No podrá usted salir del País innombrable el resto de su vida ni tampoco ejercer su oficio. Creo que su trova empieza a trabarse, señorita. De modo que, la joven ingresó desde ese mismo día en que escapó, a una larga lista de indocumentados, de una nación que se autoproclamaba seguidora del lema: libertad, Igualdad, fraternidad.

El gobierno del país peligroso, a petición del país innombrable y para resguardar las buenas relaciones con éste, prohibió cualquier tipo de contacto de instituciones del Estado con la desertora. A su vez el servicio de inteligencia del país innombrable impidió la salida de los padres de ella al exterior y no contentos aún con esa decisión sus teléfonos fueron intervenidos por si se les ocurría comunicarse con la primogénita.

Un día de julio, bajo una lluvia inclemente, una comisión enviada por el nuevo gobierno del país innombrable la encontró trabajando como maquilladora de muertos en una funeraria. La habían buscado durante 15 años en todos los rincones de los países que componen el tercer mundo. En todos los miserables pueblos de un continente hambriento. En los suburbios que han crecido en las afueras de las capitales de la moda. Pero ella siempre estuvo ahí, solo a tres kilómetros del edificio donde fue dictada su condena.

Vuelva a nuestro país, que es su país. Le dijo con voz de mando el jefe de la comisión. Nuestro Presidente le envía disculpas oficiales por los errores cometidos en el pasado.

Ella que jamás estuvo esperando aquella visita ni mucho menos con aquel propósito interrumpió de manera brusca su oficio para mirarle fijamente los ojos al interlocutor. De pronto sintió una opresión en el pecho como si esta vez empezara a morir de verdad y no pudo reprimir la tentación de cantarle:

Me vienen a convidar a arrepentirme

Me vienen a convidar a que no pierda

Me vienen a convidar a indefinirme

Me vienen a convidar a tanta mierda

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